Yo no quiero ni mirarte
ahí clavada,
en el centro,
desde hace tanto tiempo
y viéndonos venir.
Cambiando de ropaje,
de inquilinos,
vistiéndote de historias
ceñidas en el pecho.
¿Qué no habrán visto tus rampas
subiendo al campanario
que tu voz no murmure
-toda veleta-
a los cuatro vientos?