Tal vez no fuera necesario
que en mitad de una noche
te asomaras a este abismo
de mis ojos,
o que yo (dejando a un lado esta especie de nerviosismo
histérico y pueril) indagara
sobre el vuelo de tus manos.
Después… nada condenatorio…
un beso, una mueca, una caricia.
Y, a lo sumo, perderse en el viaje insalvable,
apenas cronológico
de mirar y mirarte en el rellano;
en la puerta
lejos.
Otra vez reunidas.